Recuerdos de mi Maestro Eliphas Lévi - Krumm Heller

Laarss acaba de publicar las memorias del gran iniciado Lévi y los lectores de Rosa-Cruz leerán con deleite algo de aquel mago famoso. La descripción que sigue pertenece a los apuntes del maestro.

Yo creo en la psicometría; y como heredé de él algunos objetos, entre ellos el espejo mágico, me siento asiduamente asistido por Constant cuando hago alguna labor de magia.

Eliphas Lévi vivió muchos años en Londres, aunque su residencia oficial fue París y pertenecía al Templo Central de Berlín.

En una de las épocas londinenses le ocurrió el hecho a que nos vamos a referir.
El gran RosaCruz mantenía relaciones con muchos personajes nobles y asimismo con sacerdotes católicos ya que él mismo lo era o, por lo menos, lo había sido, pues, solo los últimos años vivió en el retiro.

El príncipe T., le había tomado cariño cordial y constantemente le consultaba sobre la salud de su joven esposa que sufría de un mal inexplicable.

El príncipe T., de origen protestante había contraído matrimonio con una católica a pesar de la oposición de la familia de él con la cual se enemistó. Además, se creó una rival terrible porque el príncipe había dado palabra de casamiento a una bailarina italiana que se unió a la referida familia con objeto de perjudicar al príncipe y a su esposa y amargar la vida a ambos.

El confesor de la princesa, el abate C., era otra persona que compartía la amistad íntima de los príncipes y de Eliphas Lévi.

Un día, estando solos el mago y el sacerdote, este comunicó a Lévi la sospecha de que la enfermedad de la princesa, ya que no se la explicaban los médicos, era seguramente debida a un embrujamiento.
Mildrete -que así se llama la princesa- siempre ha estado sana -decía el padre confesor-, jamás hubo motivo de ninguna clase para haber provocado una anemia tan profunda que si no se ataja la llevará al sepulcro.

El abate C., iniciado como Eliphas Lévi, propuso hacer una evocación para preguntar a los invisibles sobre el origen del mal. Había que hacer algo pronto, pues, la enferma empeoraba visiblemente.
Convenidos ambos sobre la hora reuniéronse al día siguiente para la evocación.

La habitación del sacerdote había sido preparada convenientemente. Un círculo mágico pintado en el centro de la estancia ofrecía protección. En él, una especie de Cruz como lingam. El abate iba vestido de blanco y Eliphas Lévi de etiqueta con arreglo al ritual. Para formar el triángulo habíanse valido del criado del padre. El sacerdote mismo pronunció los mantrams y movió la espada. Al poco apareció dentro del humo del incienso el astral del invisible. Preguntado sobre el caso negó la contestación diciendo que no trataba con persona manchada de sangre y desapareció.

Ambos quedaron perplejos. ¿Qué significaba aquello?

De pronto el abate descubre sangre en la casa de Eliphas y varias gotas sobre su camisa. He allí el enigma. Todo el conjuro había sido en balde. Aquella sangre provenía del hecho de que el mago se había rasurado antes y casualmente se corto un poco; pero ese pequeño detalle bastó para malograr toda la operación mágica.

Desconsolados estaban ambos por el fracaso cuando el abate propuso repetir la experiencia. Pero como no era posible en la misma forma propuso al padre valerse de la magia negra; es decir, evocar seres inferiores.

¿Cómo usted, un sacerdote católico, propone cometer semejante pecado? -advirtióle Eliphas Levi a su compañero-.

Se trata de salvar la vida a un ser querido y en tal caso no hay magia negra -fue su respuesta-.
Aunque de mala gana Eliphas aceptó y cambiando las colgaduras blancas por rojas y mezclando diferentes inciensos repitieron el conjuro.

Un olor fuerte a azufre invadió la pieza. De repente ambos fueron derribados al suelo y un espectro feo, repulsivo se presentó y dijo solamente:

- “Batrachos…”

Y desapareció.

Desconsolado, le dijo el sacerdote al mago:

- ¡Todo en balde! ¿De qué me sirve esa palabra “batrachos” ya que el demonio no dio la fórmula para usarla y salvar de esa manera a nuestra enferma?

Eliphas Lévi vivía en un barrio distante. Llegado a su casa tomó un libro en el cual estudiaba hacía días. Era el “Enchiridio” de Leo III. Abre el volumen y lo primero que ve es la palabra “batrachos” que en griego quiere decir sapo. En las líneas siguientes descubre la fórmula para hacer mal valiéndose de un sapo y al mismo tiempo el medio para anular el efecto de la brujería. Estaban salvados.

Eliphas Leví regresó en el acto a la casa del noble y encontró al desconsolado príncipe llorando. Luego supo que los médicos habían perdido toda esperanza y que en la misma tarde le habían suministrado a la enferma la Santa Unción.

- Vengo a salvarla. Permitid que la vea.
- Será inútil, querido amigo.
- Quiero intentarlo por lo menos.

Se dejó entrar al mago. Este encontró a la enferma casi cadáver y levantó la madera del umbral buscando algo. Inútil. Luego, como llevado por una inspiración espontánea levantó a la moribunda de la cama y con un cortaplumas rajó el colchón. Triunfante sacó la mano agarrando un sapo. Era el cuerpo del delito de que se habían valido para acabar con la princesa.

Urgía el tiempo. De un momento a otro podría sobrevenir un desenlace fatal.

Eliphas Lévi preparó lo necesario e incineró el cadáver del animal cuyo astral, como vampiro, había chupado la vida de su víctima.

No se dejó esperar el resultado. La enferma reaccionó pronto y sanó radicalmente.

Los magos negros nunca quedan sin castigo. Ocho días más tarde se supo la muerte de la bailarina y de un criado de la casa y asimismo sucumbió una bruja conocida.

Todo Londres habló del hecho y en Italia sonó el nombre de María Bertín, la bailarina que pereció por haberse valido de brujería para vengarse de su ex-amante.

Hasta aquí la narración. Es posible que vuelva sobre el mismo tema en los números siguientes. 

Tomado de:
Revista Rosa~Cruz
Año II, Núm. 1
Berlin, 01 de Enero de 1928.