Muchos se preguntan por qué nacimos o por qué morirnos. De dónde venimos y a dónde vamos. Los menos se preocupan del por qué vivimos. No saben que al resolver este asunto quedan contestados los otros dos.
A todos nos pasa como a ese hijo, que nacemos sin querer y morimos sin saber cuándo.
Solamente los hombres que resuelven personalmente este problema esencial del porqué de la vida pueden vivirla como es debido, conscientemente y sin temores ni zozobras.
La ignorancia sobre el porqué de la vida y del más allá ha dado lugar a la formación de lo que llamamos religiones.
Las religiones generalmente descansan sobre dos pilares: el MIEDO y el EGOISMO. Los paganos ofrecían en sacrificio los frutos del campo y hasta sus propios hijos por temor a la ira de los dioses: los cristianos hacen ese sacrificio con el equivalente: con dinero para conquistarse el cielo.
Hoy se reza para que llueva y otras veces para que deje de llover, y así los campesinos puedan levantar sus cosechas. Por asuntos de sol o de lluvia se trata de cohechar a los amos.
El temor y la preocupación de los pobres es mayor porque tiene mayores necesidades; generalmente los ricos no tienen ninguna o pocas preocupaciones en ese sentido. Pero en todos hay una especie de zozobra, de intranquilidad, sienten la necesidad de resolver los problemas de la vida y del más allá, y entonces tratan de aturdir o acallar esa voz que les llama dentro de su interior, por medio de ritos más o menos irrazonados, a base de dinero.
Hay otros, y son los más felices: los que se dedican al arte, a la lectura, a la política, etc. Las mayorías se enrolan en alguna religión o confesión donde pasan una vida de rutina.
Para todos existe una vida que abarca únicamente entre el nacer y el morir y entonces les sucede lo que a aquel que estaba metido dentro de un bosque creyendo que era lo único.
A este respecto vaya un hecho histórico que pasó en el Brasil: Un empleado de ferrocarril fue pensionado después de 30 años de servicio, sin haber pedido jamás una licencia. Al preguntarle cuál había sido su obligación, dijo: todas las noches me levantaba al paso del tren expreso de Buenos Aires y con un martillo de mango largo daba tres golpes a cada rueda. Nunca, seguí diciendo, he dejado de levantarme a hacer ese trabajo y por eso me consideran como Empleado Modelo.
¿Y para qué hacía Ud. eso?, le preguntaron, y él respondió: NO SE; yo lo he visto hacer a un compañero en años anteriores, y lo hice igual.
Él no sabía que el objeto ere probar si alguna rueda estaba quebrada, e ignoró siempre el peligro que debía evitar.
Ese rutinario bárbaro obró con inconciencia, pero por suerte no hubo jamás un descarrilamiento en esa línea.
Así como ese hombre hay muchos otros que viven sin saber el objeto de la vida; creen en las cosas filosóficas y religiosas porque otros anteriormente las han creído.
La legión de esos hombres rutinarios que golpean con martillos sin saber el por qué, es enorme en el mundo.
Pero nosotros los Rosacruces, sabemos que no sólo tenemos una vida sino muchas vidas sucesivas, y que es un privilegio venir de un plano superior a este mundo, que no es más que una escuela a donde lleguemos a prepararnos para luego regresar después de la muerte en mejores condiciones al plano de dónde venimos a seguir la verdadera vida.
Recuerdo haber estado en la cima del Montserrat desde donde se divisa allá a lo lejos, estaciones, trenes, así como riachuelos, casas y boques.
¡Qué pequeño aparece el mundo visto desde esa altura!! Esa es la posición que debemos conquistar, a donde debemos subir para ver nuestras vidas.
Entonces se verá que las preocupaciones y temores, son pequeñeces sin importancia risibles enteramente. Por eso subir, ascender espiritualmente es un efectivo logro.
Allí desde la altura se divisan las ciudades y los caminos, las entradas y salidas de los d1ferentes pueblos. A todos, el momento de la muerte nos lleva al camino de una nueva ciudad, a un plano diferente. Pobre de aquel que llegue a una ciudad sin conocer sus calles, las costumbres de los habitantes; así como es envidiable la situación de aquel que ya los conoce por experiencia.
Torpe y sin razón se porta aquel que sabiendo que tiene que ir a una ciudad a vivir para siempre, no se informa primero de las condiciones que reinan allí, no prepara sus maletas para llevar lo necesario. Pues eso hacen los Rosacruz; estudian la ciudad a dónde irán después de la muerte, colocándose de antemano en un estado superior para ver sus vidas y estudiar el más allá o el plano astral.
Lector querido, pregúntate a ti mismo: ¿estoy preparado?, ¿se lo que es la vida y la muerte?
No seas el hombre que inconscientemente golpea con el martillo: No tengas temor, nada te pasa, como te han querido hacer creer las religiones.
El Cielo y El infierno tales como te los relatan no son más que invenciones humanas. Las tales condiciones existen, sí, pero dentro de nosotros según como vivamos la vida.