-A qué edad debe comenzar la educación de mis hijos? ... Es la pregunta constante de las madres.
Los pedagogos no están de acuerdo. Unos creen que el niño debe ser enviado a la escuela a los cinco años, y otros, a los siete. Suponen los primeros que el cuerpo, sobre todo, el cerebro, no está preparado aún a la temprama edad de cinco años.
Muchos confunden dos cosas muy diferentes: educación e instrucción. La última no debería comenzar antes de los siete años; pero la primera, desde la vida intrauterina.
La criatura está tan íntimamente unida a la madre, que todas sus impresiones las recoge y en ella repercuten. Un niño colérico ¡de mal carácter!, no tiene tanto estos defectos porque los adquiera al crecer, cuanto porque la madre se dejó arrastrar por sus impulsos de ira y cólera cuando lo llevaba en el vientre.
La mujer encinta tiene sus particularidades, sus peculiaridades de nerviosidad propias de ese estado; y por lo tanto, deben guardársele toda clase de consideraciones. Si los maridos supieran el inmenso beneficio que recibe el hijo esperado, tratarían a la mujer con esmerado cariño; y si la madre supiera hasta qué grado influye todo lo que hace y deja de hacer sobre la vida, intelecto y carácter del hijo que lleva en el seno, se guardaría mucho de dar rienda suelta a sus malas inclinaciones y caprichos.
La mujer embarazada debe oír buena música, leer buenos libros, y frecuentar todos los lugares donde haya vibraciones de belleza, bondad y armonía, y tendrá un hijo bueno, hermoso y equilibrado. Hasta el aspecto físico está expuesto a recibir impresiones y a ser modificado. Las mujeres, en los nueve meses que dura su estado interesante deben mirar cuadros con niños hermosos, y verán que el rostro de su hijo después de nacer, toma parecidos caracteres de belleza. Asímismo, deben evitar mirar cuadros feos; pues basta recibir una impresión fuerte de cosa fea, para que el hijo pueda nacer con facciones de monstruo.
La madre debe saber que sus pensamientos se comunican al sér naciente. Si su fantasía voluptuosa inventa cuadros de amores eróticos, el hijo saldrá un sátiro; pero si dedica su pensar amoroso, como es su deber, al padre de la criatura, entonces puede esperar que el hijo sea amoroso para con el autor de su sér, y por ende, para con ella misma.
Físicamente, somos nosotros un producto del sol. El alimento que ingerimos, fue formado por la influencia del astro rey, y nuestro Ego espiritual crece recibiendo la influencia de un sol espiritual, que irradia vibraciones de justicia, de amor y de verdad.
Debe, pues, la madre, aprestarse desde el primer momento, a que su hijo reciba estas vibraciones y todas las diversas manifestaciones que conocemos. La carne, la materia que forma el cuerpo físico es nueva, y tiene juventud; el espírttu encarnado, es increado, y no tiene edad. Por eso no se pierde el tiempo en llevar a criaturas chicas a conciertos, sin perjuicio de terceros, si meten bulla; el leerles trozos de poesías hermosas, etc. Sabemos que nadie se pierde, y que no hay esfuerzos vanos. Todo lo que sembramos alguna vez, dará su cosecha. Por lo tanto, hay que aprovechar la ocasión de las siembras, pues mientras más virgen sea el terreno, tanto mejor fruto dará. Por eso mismo lo que aprendemos en la vida intrauterina, es indeleble, persiste por toda la vida, y somos lo que nuestra madre ha hecho de nosotros.
No os quejéis, pues, madres, cuando os tocan hijos ingratos, Y pensad qué hicísteis cuando los llevábais en vuestro seno.
Dice muy atinado, Masferrer del Salvador:
"En el vientre de nuestra madre se dictó la sentencia de nuestra vida, inapelable, irreductible, fatal.
Al nacer, quedó establecido que yo sería un geómetra aquél, un campesino, éste un poeta, el otro un soldado. Sin en ejercicio, en tendencia constante, la cual, contrariada nos haría mediocres o desdichados.
Quedó escrito que yo sería un criminal; que tú fracasarías siempre; que aquél sería un opresor, y el de más allá un esclavo.
Tus riñones débiles, tu estómago incapaz, tu sangre sin sangre, tus pulmones tuberculosos; tus nervios locos; tu entendimiento ciego; tu resolución, arrebatada; tu voz grosera; tu mirar desviado; son grillos que se te pusieron en aquella cárcel. Y ahí mismo se agració a otro con la salud constante, la risa atrayente, el pecho: amplio, la sangre: pura y rica, la comprensión: fácil, la prudencia: intuitiva y otros dones que le han traído felicidad y éxito, poder y simpatía.... como si fuera un semidiós.
Una sola inclinación de la línea que curva mi frente, un solo matiz de mi voz, un solo acierto, un solo error, una sola ascensión, una sola caída...? Nada, ni un ápice, ni un punto que no haya sido entonces previsto y acordado. En aquella celda que fue para nosotros, no sólo prisión sino también audiencia y tribunal, se ventiló clara, severa y minuciosamente, con qué Haber y con qué Deber tendríamos que entrar en este mundo... Y todo fue de tal manera resuelto y arreglado, que aquella sentencia se cumple, se sigue cumpliendo día por día, sin que nada pueda eludirse...
Y así seguiremos, hasta que, fatigados, vencidos, acaso perdonados, entremos en esa otra morada que se llama sepulcro y que también es una cuna, pues en ella nacemos a la vida del más allá.
Si bien lo anterior demuestra la responsabilidad moral de la madre, tampoco puede tomarse esto como una ley fatal, ya que la fatalidad no existe; todo obedece a la ley de consecuencia. Esto demuestra que según la evolución y manera de ser de los padres, así serán los hijos; y que los padres que quieran traer a su hogar hijos de alguna evolucion deben trabajar activamente por espiritualizarse y purificarse en todo sentido, para hacerse dignos progenitores de cuerpos o templos donde se puedan manifestar almas grandes.
Y el hombre, como Ego, una vez encarnado, puede, conociendo las leyes que rigen la evolución, transformar gradualmente su naturaleza y equilibrar su destino.
Huiracocha
Tomado de:
Revista Rosacruz, de Bogota.
Año I #7.
Agosto 1935