El poder de la música para suscitar emociones es demasiado conocido para que sea necesario subrayarlo o analizarlo, y me contentaré con tratar el uso técnico del sonido en la magia. Los escritores teosóficos ya han escrito mucho sobre este tema, bajo el título de Mantra; pero como sucede con gran parte de los escritos neo-teosóficos de la escuela de Leadbeater, son dogmáticos y supersticiosos, describiendo correctamente los fenómenos, pero interpretándolos precipitadamente. Por mi parte, me propongo hacer más una descripción que una interpretación, pues no sabemos con exactitud de qué manera se obtienen los resultados; al menos, yo no lo sé, y sospecho que hasta el más ingenioso de mis contemporáneos está en el mismo barco.
Comencemos nuestro estudio clasificando los diferentes tipos de sonido que se utilizan con fines mágicos. Son cuatro: el ritmo, el tono, los sonidos vocales y los consonánticos, pero los dos primeros pueden ser interpretados tanto instrumental como vocalmente.
En la inducción de estados emocionales, el ritmo, según mi experiencia, tiene un poder mucho mayor que el tono. Es posible que esto no se aplique estrictamente a aquellos que son naturalmente musicales y que han cultivado su sensibilidad, pero para la persona promedio y para los pueblos primitivos, creo que se encontrará que se aplica lo dicho. Es más fácil soportar un ruido constante que uno intermitente; e incluso el pitido de los coches durante todo el día en un cruce de caminos es menos agotador que un organista que se sienta bajo la ventana de uno.
Los pueblos primitivos tienen una música que es pura percusión y nada más, como el tamborileo, y su efecto en los europeos es verdaderamente devastador, demostrando que incluso en los más cultos de nosotros hay algo que reacciona al ritmo, porque la reacción de rabia es tanto un tributo a su poder como lo es a su placer. El folclore no tan primitivo tiene una música de campanas y gongs muy bonita, en la que predomina el ritmo pero empieza la melodía. Una apelación efectiva a lo primitivo en lo supuestamente civilizado es hecha por una banda de tambores y pifanos(flauta), y la Liga de las Naciones nunca podrá dormirse en sus laureles mientras los ciudadanos decentes inconscientemente sigan el paso y los muchachos corran detrás de la banda. El decoroso vals victoriano es tan seguramente es una llamada de apareamiento como el berrido de los ciervos, y tiene el mismo efecto sobre los gentiles; porque, lo niegue quien lo niegue, un salón de baile es el mercado matrimonial de nuestra tribu. En la síncopa, tomada del negro, volvemos al motivo del tamborileo, en el que el ritmo y la ruptura del ritmo son los factores más importantes de la melodía.
En la música de baile sincopada se combinan el campaneo y el tamborileo, y su influencia se puede ver en las costumbres y la moral modernas. Es interesante notar, sin embargo, que la tendencia de la poesía sofisticada así como de la música -ambas artes rítmicas- es descartar el ritmo; y cuanto más sofisticadas son, menos rítmicas son, y por lo tanto, menos atraen al gusto popular y se limitan por su audiencia a aquellos que están "condicionados" a su simbolismo.
El papel que desempeñan el tono, la afinación y el timbre es más sutil, y es un hecho curioso que hay sonidos que hablan eficazmente al subconsciente y que la conciencia no considera especialmente agradables, como la vocalización nasal del cantante y los lamentables quejidos de una banda de jazz. Estas cosas, que suenan como si algo hubiera salido mal en las obras de una orquesta ortodoxa, y la síncopa, que suena como si faltara un cilindro, son irritantes emocionales; y los irritantes, de los cuales la casera vinagrera de condimentos ofrece un ejemplo, son sumamente valiosos como estimulantes, y cuanto más hastiado esté el paladar, o más monótona sea la dieta, más fuertes le gustan, como el ejemplo del anglo-indio y sus currys y el mexicano y sus chiles. Son los hastiados paladares de placer de los ricos y la monótona dieta emocional de los pobres lo que los lleva al jazz.
Se presta muy poca atención a la fonética de la música vocal, posiblemente por la buena y excelente razón de que comparativamente rara vez se tiene la oportunidad de apreciarla, ya que los vocalistas prestan toda su atención al timbre de sus sonidos vocáles y consideran las consonantes como dificultades a superar. En la poesía, sin embargo, la sutil música de las consonantes desempeña un papel importante, y en la prosa el buen escritor, aunque no juega con los sonidos por sí mismos como lo hace el poeta, evita las repeticiones de disonancias. Si la poesía fuera cantada, como debería ser, en lugar de ser recitada como si fuera prosa, todos estos factores se pondrían inmediatamente de manifiesto y, en consecuencia, las diferentes artes implicadas adquirirían una mayor finura. El antiguo arte galés de cantar poesía con un acompañamiento continuo de música de arpa, ofrece un ejemplo muy interesante de poner música a las palabras en lugar de la utilización de las palabras por la música; porque en la composición de canciones, las palabras son simplemente un medio de vocalización; y aunque hay un punto más allá del cual pueden no escandalizar nuestro sentido del ridículo, ese punto está muy lejos. Se podría desarrollar un interesante nuevo arte, en el que la música se utiliza como fondo de las palabras cantadas, para enfatizar su ritmo, y reforzar la respuesta imaginativa de la mente consciente por la respuesta instintiva de la mente subconsciente, atacando así nuestras emociones desde dos puntos.
Toda esta excursión a los reinos de la música no debe ser tratada como una digresión del tema de este capítulo, que se supone que es el sonido en relación con la magia; es, más bien, una reunión de los materiales de construcción en el sitio; porque si hay una cosa por encima de todas las demás que me he esforzado por mostrar en este, y mis otros escritos, es que los poderes mágicos, que no son sino la aplicación práctica del conocimiento oculto, no son ni engaño ni milagro, sino que dependen del desarrollo de la habilidad en el uso de ciertas capacidades poco entendidas de la mente humana. El poder del mantra o canto es simplemente una aplicación especializada de la conocida influencia de la música en general; es música aplicada, no al placer, sino al poder, y tiene como criterio la psicología en lugar de la estética.
Habiendo preparado así nuestras mentes para una comprensión racional del asunto en lugar de burlarse o quedarse boquiabierto, consideremos ahora exactamente lo que se hace cuando los magos se ponen a hacer sus ritos. He visto una gran cantidad de ritos de tipos muy diferentes, y he observado que hay ciertos factores que aportan poder, y que cuando no se utilizan, el poder generado es mínimo; tan pronto como se utilizan, sube la presión psíquica de inmediato, y los dos más potentes son el incienso y los cánticos. Al hablar de los rituales ocultos, debe entenderse que me refiero a lo que pueden ser, y a lo que deberían ser, y no a lo que, por desgracia, son tan a menudo; porque hay muy pocas personas en Europa que combinen la habilidad técnica con una apreciación inteligente de los primeros principios. Por muy poderoso que sea un ritual, el poder no llegará si no se trabaja adecuadamente. He visto un ritual en el que los oficiales principales llegaron tarde, desempaquetaron sus túnicas de paquetes de papel marrón con la logia abierta, recogieron al candidato de las escaleras, donde lo habían sentado en un estado medio iniciado mientras este proceso se llevaba a cabo, y empezaron de nuevo. Sostengo que estas condiciones no conducen a los mejores resultados. Sin embargo, también sostengo que un sistema que sobrevive a tal manipulación debe tener algo más allá de la autosugestión.
Dejando a un lado estos pequeños defectos, que se deben más bien a las debilidades comunes a la naturaleza humana, que a cualquier defecto inherente al sistema oculto de iluminación, consideremos lo que puede hacerse con un ritual, y lo que se hace en condiciones de trabajo razonablemente buenas.
Los principios de todos los rituales son los mismos: primero el sellado y la dedicación del lugar de trabajo, y luego la invocación del poder. No me propongo dar instrucciones para los trabajos prácticos porque, en primer lugar, son inútiles en manos no entrenadas, y en segundo lugar, pueden ser peligrosos para los sensibles; de hecho, cualquiera que sea médium puede quemarse mucho los dedos en estos asuntos a menos que trabaje bajo una guía experimentada. Los no-psíquicos no obtienen nada si experimentan ignorantemente con estas cosas, y los psíquicos pueden obtener más de lo que esperan.
Dentro de este lugar despejado y consagrado se construye entonces el templo astral visualizándolo en la imaginación, y el trabajo de la imaginación es ayudado por un ritual descriptivo que establece los diversos incidentes asociados con la tradición de la personalidad, ya sea mítica o histórica, para representar la potencia cósmica a ser invocada. Para ver un ejemplo de este tipo de trabajo, asista al servicio de tres horas de un Viernes Santo en cualquier iglesia católica o anglo-católica. Obsérvese especialmente los himnos con los que se puntúa en los intervalos, que no están diseñados simplemente para aliviar los miembros encogidos de la congregación.
Se han introducido varias reformas en varios momentos en la música de la iglesia, y muchos clérigos bien intencionados han tratado de alegrar su servicio con la ayuda de nuevos himnos que contienen melodías a las que el salón de música no tiene nada que enseñar, pero para construir la verdadera atmósfera mística el canto gregoriano con su curioso ritmo sin compás es inigualable. Un ejemplo interesante del canto gregoriano adaptado al uso litúrgico moderno se encuentra en el himno procesional que se canta cada día de Navidad en la Abadía de Westminster. Nunca he conocido nada más impresionante que este himno, acercándose y muriendo a lo largo de la gran Abadia.
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