Para Giuseppe Cambareri.
La ley de Dios es la armonía. La ley del hombre, ponerse a tono conscientemente con la armonía del universo, venciendo en su naturaleza todo lo que es inarmónico… ésta o muy similar afirmación, escribe Hartman en uno de sus opúsculos sin que la chispa prenda en las almas inquisitivas… ¿por qué, lector hermano?
Vamos por el sendero y no sabemos a dónde. Pero, decidme: ¿alguna vez tomasteis una senda escondida sin justificación tangible, ignorando la meta o el fin de esa jornada? ¿arriesgasteis vuestros pasos por un camino en la umbría, solos y sin bagaje, a expensa de que la sed secara vuestros labios?... Vamos por el sendero y no sabemos a dónde… Y al no saberlo, la meta se retarda, el camino se hace más duro, la desesperación más honda, la prueba más intensa…
Ved, por ejemplo, un hombre de negocios, va hacia el comercio a hundirse en ese maremágnum de transacciones diversas sin saber cómo ni dónde operará. Anda a tientas, desorientado, tantea, y ya el éxito o ya el fracaso, juegan con él como con el balón de un chicho, al que una pisada más o menos afortunada, más o menos dura, le hace reventar maltrecho y deshilvanado… Pero si el hombre de negocios lleva una mira concreta, una meta a conseguir, un determinado punto de vista qué conquistar bien delimitado, tendrá tropiezos en el camino, los canes del fracaso saldrán a su encuentro, pero firme y consciente en la meta que busca, todo lo allanará y avanzará resuelto, seguro de su propósito.
Como el hombre de negocios, ha de ir nuestro estudiante Rosa Cruz, firme y resuelto sin que nada le detenga. Pero, ¿cuál es la meta? ¡Ah! Lector hermano, ¡la meta! ¡la meta!...
¿Qué eres tú? ¿No hemos quedado en que eres Dios mismo y que llevas un templo donde le guardas, según San Pablo? ¿No llevas en ti sustancias esenciales de esa naturaleza Divina del Dios que va contigo? ¿No hemos dicho que Cristo nos redimió y quedó con nosotros hasta el fin de los siglos esperando tan sólo nuestra propia llamada para hacérsenos visible, cuando seamos dignos de recibir su visita? Pues procura aunar todas esas sustancias y todas esas esencias de tu Divino Ser, concrétalas, fíjalas, delimítalas, encárnalas en no importa qué imagen creada por ti y espera… espera sin impaciencia a que la imagen fluya arrastrando tras sí todo ese bagaje esencial y purísimo que tu llevas y, cuando hayas tocado al punto cumbre de tu concreción, ella surgirá como surge la espuma del mar, como se alza el sol tras la montaña, cuando menos lo esperes… HE DE VENIR EN LA NOCHE COMO UN LADRÓN, fueron sus palabras. Es decir, silenciosamente, calladamente y cuando nadie me espere… porque ÉL adviene de noche y sin ruidos… esta es la única meta.
Pero, he aquí, que su advenimiento hay que merecerlo. ¿Cómo? Rompiendo el valladar de nuestro necio egotismo, venciendo todo lo que en nosotros es inarmónico, para lograr quietud que es clave imprescindible para serenos. Y ¿qué pudiéramos entender por inarmónico o en pugna con la armonía del universo? Todo cuanto hacemos y concebimos fuera de la moral universal que es la eterna armonía.
Veamos. Venimos a la mayor edad, a la edad que llamamos de la razón, neciamente cargados de prejuicios… prejuicios de educación, prejuicios de religión, prejuicios de miras particulares y diversas que nos hacen crear una moral para nosotros mismos o para la sociedad circundante. Nada que no esté conforme con nuestra moral o con el código que nos hemos creado, decimos concretamente QUE NO ES MORAL. Pues bien, la moral universal, como la verdad misma, ni se estudia en códigos ni la hacen los hombres a su antojo con una larga serie de amañados artículos. Tal o cual obra, tal o cual, hecho, podrá no estar conforme con nuestra moral, pero… ¿por qué no ha de estarlo con la moral universal, con la moral Divina? Somos tan egotistas que porque no podemos reconocerla en gracias a nuestra propia ceguera hemos de condenar a quien obra de acuerdo con ella porque sus actos no estén conformes con nuestra moral al uso.
ROMPER TODOS NUESTROS PREJUICIOS. Esa es la clave. Dejar el alma abierta para que escape ese egotismo insano que nos invade y no damos entrada más que a aquello que sea puro, noble, honrado, leal, sincero; cuando estemos en condiciones de discernir sobre lo que verdaderamente es puro, noble, honrado, leal y sincero… así iremos buscando nuestra propia armonía, nuestro tono propio y poniéndolo al unísono con el tono o la armonía universal. El día que todo ello sea UNO, la iniciación – que es la mayor felicidad del hombre sobre la tierra – vendrá a nosotros como una novia blanca esplendente de gemas.
Entre tanto, sólo nos resta la meditación, la concentración, la búsqueda interna, la práctica diaria. Son ellos factores tan importantes que, día a día irán abriendo nuevos surcos en nuestra alma y día a día iremos escupiendo un nuevo prejuicio de tantos como invaden el campo de nuestra mente. Ellos son los eternos enemigos del progreso humano, la venda que se ciñe a nuestros ojos y no nos deja entrever la verdad misma. Y no es que se exija una absoluta perfección ni una pulcritud absoluta, porque lo absoluto sólo radica en Dios y mientras encarcele la carne a nuestra alma la modalidad absoluta no puede existir. Basta, seguir el decir de Amado Nervo, que nuestra propia alma esté dispuesta a reconocer lo verdadero fuera de lo falso, lo esencial fuera de lo accesorio y que la fuente de nuestros propios sentimientos se derrame en claros surtidores de bondad y de conmiseración para las amarguras ajenas, ya que nuestros semejantes SOMOS NOSOTROS MISMOS en una forma diferenciada.
Concretad cada día la imagen que habéis de crear… infundirle a cada hora un nuevo aliento de bondad, a cada instante un nuevo adorno de belleza que es tanto como ir rompiendo lo inarmónico de vuestro ser y cuando halléis el TONO – CLAVE, la divina palabra – que constituye su nombre – se os acercará y la luz de la iniciación será con vosotros.
Dr. Gnóstico.