Conozco a un hombre sencillo que nunca ha leído un libro y que, sin embargo, puede resolver los problemas más complicados de la ciencia mejor que los científicos famosos. Hay personas humildes, sin titulación académica ni experiencia médica, a las que el cielo les resulta tan accesible que los enfermos se curan a petición suya y los malvados sienten que su corazón se derrite de amorosa bondad al contacto con ellos.
Juana de Arco nunca había leído un tratado de estrategia ni había visto un campo de batalla, ¡pero derrotó en su primer intento a los más grandes tácticos de su tiempo! ¿Cómo es posible? Es muy sencillo: porque se entregó por completo a la Voluntad Divina y no cuestionó al Invisible como habría hecho un adepto del plano intelectual.
¿Debería uno entonces preguntarse por la forma perpleja en que los críticos miran a estas criaturas animadas por la "luz viva del Padre" y generalmente conocidas como quietistas o místicos? Ellos (los adeptos del plano intelectual) no pueden comprenderlos porque intentan medir las facultades universales con las capacidades limitadas de sus cerebros. Como no puede comprenderlo, el crítico insulta al místico y lo desprecia, mientras que el místico reza por su atormentador y continúa con su labor de amor.
El camino del desarrollo espiritual es simple y directo: "Vive siempre para los demás y nunca para ti mismo"; "Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a todos los niveles"; "Nunca hables ni pienses mal de los ausentes"; "Haz lo que es difícil antes de hacer lo que te gusta"; ---- estas son algunas de las fórmulas del camino místico que lleva a la humildad y a la oración.
Hay una forma de purificación física muy querida por el adepto del plano intelectual: es el vegetarianismo, que disminuye la atracción de lo físico. Pero esta purificación no significa nada, sin embargo, si al purgar el cuerpo de la influencia animal, no purgamos el cuerpo astral del egoísmo y el espíritu de la influencia de la vanidad,---- cien veces más perjudicial que los impulsos nacidos de comer carne. Cuando un hombre cree que sabe algo y se pone a la altura de los dioses, trabajando para lograr su salvación personal y retirándose a una torre de marfil para purificarse, ¿por qué habría de recibir algo? Cree que tiene lo que necesita y se considera una persona pura y omnisciente. Pero cuando un hombre es sencillo y consciente de su debilidad, y sabe que su voluntad tiene poca importancia si no se ajusta a las acciones del Padre Celestial; cuando no está preocupado por su pureza personal ni por sus necesidades, sino por el sufrimiento de los demás, entonces el cielo lo reconoce como uno de sus "hijos pequeños" y Cristo pide que sea conducido hacia él.
Una madre que ha trabajado toda una vida para educar no sólo a sus hijos, sino también a los de personas más pobres que ella, es más grande ante el Eterno que el teólogo pedante y el supuesto adepto tan orgulloso de su pureza. Esta es una verdad instintiva que golpea a las personas sin necesidad de demostración porque es una verdad que se aplica a todos los niveles.
Por lo tanto, que el estudiante apunte a la simplicidad más que a la pedantería y que se cuide de los hombres que se dan por perfectos porque "¡cae más fuerte quien cae desde una gran altura!"
La Vía Mística requiere, pues, una ayuda incesante en todas las etapas de la evolución y de la percepción. En el plano físico, la ayuda de los amigos y de los maestros que enseñan con el ejemplo; en el plano astral, la ayuda de los pensamientos de devoción y de caridad que iluminan el camino y permiten soportar las pruebas por la paz del corazón; por último, en el plano espiritual, la ayuda de los Espíritus Guardianes reforzada por los sentimientos de piedad hacia todos los pecadores y de indulgencia hacia todas las debilidades humanas, así como la oración por todos los ciegos voluntarios y por todos los enemigos. Entonces es cuando la sombra terrestre desaparece lentamente, el velo se levanta por un momento y el sentimiento divino de saber que las oraciones son escuchadas llena el corazón de valor y amor.
Llegado a ese punto, el místico no comprende la necesidad de las llamadas sociedades eruditas, incluso de las dedicadas al ocultismo, ni de los libros tan numerosos, necesarios para explicar cosas tan simples. Desconfía de las sociedades y de los libros y se retira cada vez más a la comunión con los desamparados y los plagados. No actúa ni lee más, reza, perdona y ya no tiene tiempo para juzgar y criticar.
El intelectual, al observar a un hombre así, se pregunta, en primer lugar, a través de qué libros ha llegado a ese estado, también a qué tradición pertenece y, por último, en qué categoría hay que situarlo para poder juzgarlo mejor.
Busca la "palabra mágica" que el místico utiliza para curar a voluntad las enfermedades más malignas, la forma de hipnosis que le permitiría influir en la mente de los demás de esa manera, incluso a una distancia remota, y el propósito egoísta que hay detrás de todo ello. Y como el intelectual no encuentra en los libros una respuesta a estas preguntas, y como necesita una explicación para recuperar su tranquilidad, se dice gravemente a sí mismo o al círculo de sus admiradores: "¡Posesión!" o "¡Mística!" o "¡Simple sugestión!"... y todo está dicho. El intelectual se vuelve así un poco más vanidoso y el místico,---- un poco más humilde.
Y si bien el estudio, la lectura y el tiempo son necesarios para progresar en el plano intelectual, nada de eso es necesario para progresar en el camino místico. Puede recorrerse casi hasta el final y en una hora de tiempo terrestre como lo hizo Swedenborg el primer día de su visión y como lo hizo Jacob Boehme, o puede tardar 19 años incluso antes de que se descubra su entrada como fue el caso de Willermoz y de muchos ocultistas. La razón es que la puerta de este camino no la abre el buscador sino sus guías invisibles y la tensión de su ser espiritual.
Por lo tanto, no hay nada más fácil y nada más difícil que seguir este camino. Está abierto a todos los hombres de buena voluntad y ningún otro hombre es digno de él. La puerta es tan baja que sólo los niños pequeños pueden entrar. Como los que se acercan a esa puerta suelen ser hombres altos y orgullosos que piensan que está por debajo de su dignidad hacerse pequeños, la entrada permanece durante mucho tiempo invisible para ellos.