La parte jugada por la ex-bruja en el ataque oculto es muy marcada. Una y otra vez las investigaciones de psíquicos independientes apuntan hacia la brujería en una encarnación anterior cuando está a la vista un problema de esta clase. El motivo es casi siempre la venganza, pero hay también buenas razones para creer que la proyección del cuerpo astral tiene lugar involuntariamente durante el sueño, y no es querida deliberadamente por el que ofende. Mucha gente que es en este momento psíquica y sensitiva consiguió su entrenamiento en los aquelarres de la brujería medieval, y por esta razón los ocultistas experimentados son precavidos ante el psíquico natural, por distinción al iniciado con su técnica de psiquismo.
Cuando el psiquismo y el desequilibrio mental se encuentran conjuntamente con una disposición malevolente, hay una fuerte presunción de que el culto al Diablo no ha de encontrarse lejos.
Una curiosa serie de sucesos, en los que yo misma fui uno de los actores, arroja un buen montón de luz sobre esta ocurrencia que en modo alguno es insólita. Era en los primeros días de mi interesen el ocultismo, cuando aún estaba comprando mi experiencia por el método caro pero efectivo de meterme en problemas.
Trabé conocimiento con una mujer que estaba interesada en cuestiones psíquicas. Era una persona de la más extrema sensitividad a cualquier cosa sucia o fea, fastidiosa en extremo en sus hábitos personales, viviendo casi exclusivamente de alimentos vegetarianos sin cocer, rehusando incluso los huevos como demasiado estimulantes. Aunque no era amante de los animales, era mórbidamente humanitaria, leyendo con gusto esos papeles que dan descripciones lúridas y detalladas de experimentos de vivisección. Si yo hubiese sido más vieja y más sabia hubiera debido reconocer el significado de su ultra-limpieza y su ultra sensitividad como señalando la aberración de un temperamento sádico —siendo el sadismo una patología de la naturaleza emocional en la que el instinto sexual toma la forma de un impulso por infligir dolor.
No habiendo aprendido entonces muchas cosas que ahora sé, consideraba sus características como indicativas de una espiritualidad exaltada.
Por el tiempo en que la conocí ella estaba al borde de una crisis que alegaba ser debida a exceso de trabajo, y estaba muy ansiosa por alejarse de las ciudades y volver a la naturaleza. Yo estaba justo a punto de dejar Londres y hacer mi residencia en las fortalezas arenosas de los eriales de Hampshire. En la inocencia de mi corazón sugerí que ella podría venirse allí y ayudar con las tareas domésticas. La sugestión fue aceptada, y unos pocos días después de mi propia llegada Miss L. se unió a nosotros.
Ella parecía bastante normal, se hacía agradable, y era bien querida. Un incidente, sin embargo, a la luz de acontecimientos posteriores, fue significativo. Al salir del antiguo calesín que la había conducido desde la estación, ella inmediatamente fue y dio unas palmadas al caballo todavía más anciano que la trajo. La bestia, usualmente sumida en una apatía de la que era elevada con dificultad, cuando se requería su acción, se galvanizo a la vida ante su toque, como si ella lo hubiese espoleado.
Una curiosa serie de sucesos, en los que yo misma fui uno de los actores, arroja un buen montón de luz sobre esta ocurrencia que en modo alguno es insólita. Era en los primeros días de mi interesen el ocultismo, cuando aún estaba comprando mi experiencia por el método caro pero efectivo de meterme en problemas.
Trabé conocimiento con una mujer que estaba interesada en cuestiones psíquicas. Era una persona de la más extrema sensitividad a cualquier cosa sucia o fea, fastidiosa en extremo en sus hábitos personales, viviendo casi exclusivamente de alimentos vegetarianos sin cocer, rehusando incluso los huevos como demasiado estimulantes. Aunque no era amante de los animales, era mórbidamente humanitaria, leyendo con gusto esos papeles que dan descripciones lúridas y detalladas de experimentos de vivisección. Si yo hubiese sido más vieja y más sabia hubiera debido reconocer el significado de su ultra-limpieza y su ultra sensitividad como señalando la aberración de un temperamento sádico —siendo el sadismo una patología de la naturaleza emocional en la que el instinto sexual toma la forma de un impulso por infligir dolor.
No habiendo aprendido entonces muchas cosas que ahora sé, consideraba sus características como indicativas de una espiritualidad exaltada.
Por el tiempo en que la conocí ella estaba al borde de una crisis que alegaba ser debida a exceso de trabajo, y estaba muy ansiosa por alejarse de las ciudades y volver a la naturaleza. Yo estaba justo a punto de dejar Londres y hacer mi residencia en las fortalezas arenosas de los eriales de Hampshire. En la inocencia de mi corazón sugerí que ella podría venirse allí y ayudar con las tareas domésticas. La sugestión fue aceptada, y unos pocos días después de mi propia llegada Miss L. se unió a nosotros.
Ella parecía bastante normal, se hacía agradable, y era bien querida. Un incidente, sin embargo, a la luz de acontecimientos posteriores, fue significativo. Al salir del antiguo calesín que la había conducido desde la estación, ella inmediatamente fue y dio unas palmadas al caballo todavía más anciano que la trajo. La bestia, usualmente sumida en una apatía de la que era elevada con dificultad, cuando se requería su acción, se galvanizo a la vida ante su toque, como si ella lo hubiese espoleado.
Arrojó hacía arriba su cabeza, resopló, y casi volcó el equipaje en la zanja, para asombro de su cochero, que declaró que nunca se le había visto hacer una cosa así antes, y miró a nuestra visitante con malquerencia.
Miss L. sin embargo, parecía bien normal, se hacía agradable, y en cualquier caso se la dio una recepción amistosa por los humanos.
Esa noche fui despertada por una pesadilla, una cosa a la que no estoy sometida usualmente. Luchaba con un peso sobre mi pecho, e incluso después de que la conciencia había retornado completamente, la habitación parecía llena de maldad.
Llevé a cabo la simple fórmula de purificación que conocía, y la paz fue restaurada.
Al desayuno, la mañana siguiente, una asamblea de gente legañosa se reunió, quejándose de haber pasado noches perturbadas. Comparamos notas, y encontramos que todos nosotros, unos seis o siete de nosotros, tuvimos similares pesadillas, y procedimos a intercambiar experiencias. El efecto de esto sobre Miss L. fue curioso. Se retorció sobre su silla como si de repente se hubiera puesto al rojo vivo, y dijo con mucho énfasis:
—Estas cosas no deberían ser discutidas, es sumamente insalubre.
Por deferencia a sus sentimientos desistimos. Pero al momento vino a la ventana abierta otro miembro de nuestra comunidad, una mujer que dormía en un cobertizo al aire libre a alguna distancia de la casa. La preguntamos por su salud, como era usual, y replicó que no estaba encontrándose muy bien, pues había dormido mal, y procedió a recontar la misma pesadilla que el resto de nosotros. Más tarde en la mañana, otra señora, que tenía una casa un poco más abajo en la carretera, llegó, y a su vez contó una pesadilla similar.
Estas pesadillas continuaron a intervalos durante los próximos pocos días, afligiendo a diferentes miembros de la comunidad. Eran vagas y nebulosas, y no había nada sobre lo que pudiéramos agarrarnos para fines de diagnóstico, y lo atribuimos a indigestión causada por la versión del panadero del pueblo sobre el pan de la guerra.
Entonces un día tuve una riña con Miss L. Ella había concebido una reunión social para mí; tengo una repulsión constitucional por las reuniones sociales y les doy escasa urbanidad, y ella se quejó amargamente de mi falta de responsabilidad.
Cualquiera que sean los pros y los contras del caso, había levantado su resentimiento seriamente. Esa noche fui afligida con la más violenta pesadilla que he tenido nunca en mi vida, despertándome del sueño con el terrible sentido de opresión sobre mi pecho, como si alguien me estuviera empujando hacia abajo, o yaciera sobre mí. Veía claramente la cabeza de Miss L. reducida al tamaño de una naranja, flotando en el aire al pie de mi cama, y haciendo chasquear sus dientes hacia mí. Era la cosa más maligna que yo haya visto nunca.
No asignando todavía significado psíquico alguno a mis experiencias, y estando firmemente convencida de que el panadero local era el responsable, no le conté a nadie sobre mi sueño, considerándolo una de esas cosas que es mejor guardar para uno mismo; pero cuando los miembros de la comunidad llegaron a hablar sobre la cuestión a la luz de acontecimientos posteriores, encontramos que otras dos personas habían tenido experiencias similares.
Una noche o dos más tarde, sin embargo, al llegar el momento de irme a la cama, fui abrumada por un sentimiento de mal inminente, como si algo peligroso estuviera acechando en los matorrales alrededor de la casa amenazando con atacar. Tan fuerte era esta sensación que bajé de mi cuarto y fui todo alrededor de la casa, comprobando los pestillos de las ventanas para asegurarme de que todo estaba seguro.
Miss L. me oyó, y me llamó para saber qué estaba haciendo.
Le conté mis sentimientos.«Niña tonta», dijo ella, «no es de utilidad encerrojar las ventanas, el peligro no está fuera de la casa sino en ella. Vete a la cama, y estáte segura y echa el cerrojo de tu puerta».
Ella no quiso dar respuesta a mis preguntas excepto para reiterar que debería echar el cerrojo de mi puerta. Esta era la primera noche que tenía que dormir en esa casa, habiendo estado anteriormente en una casucha al lado opuesto de la carretera.
No eché el cerrojo de mi puerta porque la noche era intolerablemente calurosa y la habitación y la ventana eran pequeñas. Hice un compromiso, sin embargo, poniendo un cubo de laca en un punto estratégico en el camino de entrada, confiando en que cualquier intruso caería sobre él y daría la alarma.
Nada ocurrió, y dormí tranquilamente A la mañana siguiente, sin embargo, la tormenta estalló. Miss L. y yo estábamos trabajando pacíficamente en la cocina cuando ella de repente cogió un cuchillo de trinchar y empezó a correr tras de mí tan loca como un cencerro. Afortunadamente para mí tenía en mis manos una gran cacerola llena de verduras recién cocidas, y use esta como arma de defensa, y danzamos alrededor de la mesa de la cocina, vertiendo agua de coles caliente en todas direcciones.
Ninguna de nosotras hizo un solo sonido: yo me defendí de ella esgrimiendo la cacerola caliente y tiznada, y ella daba cuchilladas hacia mí con un cuchillo de trinchar desagradablemente grande. En un momento psicológico la cabeza de la comunidad entró. El se dio cuenta de la situación de un vistazo, y la manejó por el método lleno de tacto de regañarnos a ambas imparcialmente por hacer tantísimo ruido y diciéndonos que continuáramos con nuestro trabajo.
Miss L. acabo lo que quiera que estuviera haciendo con el trinchante, yo prepare las coles, y el incidente pasó de largo tranquilamente.
Después del almuerzo Miss L. experimento la reacción a su excitación y se fue a su habitación completamente postrada y exhausta. Yo estaba algo perturbada. Aunque estaba acostumbrada a casos mentales, y por lo tanto no tan trastornada por la pelea reciente como cualquier otro lo habría estado, no me agradaba la perspectiva de ser la compañera de casa de una peligrosa lunática que no estaba bajo control de ninguna clase. La cabeza de la comunidad, sin embargo, dijo que no había causa para la alarma, que pronto tendría el caso bajo control. El subió al cuarto de baño, llenó una jabonera con agua del grifo, hizo ciertos pases sobre ella y, mojando su dedo en el agua, procedió a trazar una estrella de cinco puntas sobre el umbral de la habitación de Miss L.
Miss L. no hizo intento alguno de abandonar su habitación hasta cuarenta y ocho horas más tarde, cuando él mismo la sacó fuera.
Tal como había prometido, él pronto la tuvo bajo cuerda. Tuvo varias largas charlas con ella, en las que no estuve presente, y al cabo de unos pocos días una Miss L, muy corregida empezó a dedicarse a sus tareas domésticas de nuevo. Hubo recaídas, y hubo luchas, pero en el curso de unos pocas semanas se volvió relativamente normal, y cuando la volví a encontrar unos dieciocho meses después no hubo reincidencia.
Dos incidentes curiosos ocurrieron durante el período de su tratamiento de manos de este hombre, un adepto si es que alguna vez hubo uno. La casa en la que ella tenía una habitación era una muy antigua, y la puerta delantera era extremadamente maciza. Era asegurada por la noche por dos enormes cerrojos que se extendían a través suyo, una cadena que podría haber amarrado una falúa, y una inmensa cerradura con una llave del tamaño de una trulla. Cuando la puerta se abría en la mañana actuaba como despertador para todo el pueblo. Crujía, gruñía, y rechinaba. Sin embargo noche tras noche vinimos en la mañana a encontrar esta puerta abierta de par en par. Todos dormíamos con nuestras puertas abiertas al rellano. Bajar las viejas y crujientes escaleras era como caminar sobre teclas de órgano. La puerta trasera era moderna, y podría haber sido abierta fácilmente. Las ventanas eran modernas y de la más barata construcción.
¿Quién abría la pesada puerta delantera, y por que?
Intercambiamos recriminaciones varias mañanas al desayuno sobre quién había dejado abierta la puerta la noche anterior, pero nadie pudo ser incriminado nunca de la acusación. Finalmente la cuestión llegó a conocimiento de la cabeza del grupo.
—Pronto le pondré fin a eso —dijo él, y cada noche resellaba la habitación de Miss L. con el pentagrama. No tuvimos más problemas con que la puerta delantera se abriera después de eso.
Mientras él estaba tratando a Miss L. hacía una práctica de sellar el umbral de su propia habitación del mismo modo, sólo que en este caso trazaba el pentagrama apuntando hacia afuera, para impedir a Miss L. que entrara; mientras que cuando sellaba la habitación de ella, ponía su punta hacia adentro, para impedirla salir. Ella no supo esto, ni era muy probable que alcanzase a sus oídos indirectamente, pues él era muy poco comunicativo; yo sólo supe que estaba sellando su propio cuarto porque le vi por casualidad haciéndolo.
No obstante, un día escuché un golpe en mi puerta, y ahí estaba Miss L. con sus brazos llenos de ropa limpia. Me preguntó si sería lo bastante buena para llevarla al cuarto de la cabeza de la comunidad, y guardarla. La pregunté que por qué no lo hacía ella misma, pues sabía que el estaba fuera, y era el trabajo de ella el guardar la ropa. Respondió que había ido a su cuarto con ese fin, pero había una barrera psíquica a través del umbral que la impedía entrar.
Ella también me pidió, en varias ocasiones, meter en mi vestido fuera de la vista una pequeña cruz de plata que yo llevaba habitualmente, pues decía que no podía soportar su vista. Esta cruz la había comprado justo antes de venir a este colegio oculto, y la había llevado a un sacerdote conocido mío para ser bendecida, pues aún no estaba del todo aclarada respecto a la naturaleza del grupo al que me unía, y durante los primeros días de mi asociación con él estaba puesta de puntillas, como si fuera, preparada para una rápida huida.
Naturalmente que había mantenido mi propio secreto concerniente a las precauciones psíquicas que había tomado contra mis nuevos amigos, y nadie estaba enterado de que la cruz había sido magnetizada especialmente contra el ataque psíquico. No obstante, la mujer que habría atacado si hubiera podido, sentía su influencia y la temía.
La autosugestión y la imaginación juegan un papel tan grande en las llamadas impresiones psíquicas que uno se muestra reticente a aceptar el testimonio confirmador de un psíquico que sabe lo que se espera de él, pero una reacción espontánea es en mi opinión evidente.
Cuando el tratamiento de Miss L. hubo progresado algún camino hacia su recuperación final, mucha información interesante fue elucidada. Ella nos contó que tenía memorias definidas de tratos con la magia negra en sus vidas anteriores.
Esto, dijo, había sido confirmado por varios psíquicos independientes, y yo ciertamente habría estado deseosa de añadir mi testimonio al suyo si se me hubiera preguntado. De niña, solía soñar de día que era una bruja, que quería la muerte o la desgracia de aquellos que la molestaban, y también aseguraba, aunque si esto es verdad o no, no puedo decirlo, que sus deseos eran tan efectivos que se atemorizó y trato de abandonar la práctica.
También confesó que tenía el hábito de visualizarse ante gente contra la que estaba furiosa, regañándola, y proyectando fuerza maligna hacia ella. Esto, desde luego, explicaría nuestras pesadillas. Dijo también que había cogido el hábito de atacar a su madre y a su hermana de este modo, y había puesto muy enferma a su hermana, de modo que ellas rehusaban ahora tenerla en la casa. Esta afirmación fue confirmada posteriormente por la madre.
Nos contó que se sentía como si fuera dos personas distintas, siendo su yo normal de inclinación espiritual, intensamente compasivo e idealista. Su otro yo, el inferior, que llegaba a la superficie cuando estaba contrariada, molesta, o muy cansada, era intensamente malicioso y sujeto a paroxismos de odio y crueldad.
Estas características habían sido particularmente señaladas cuando era pequeña. Pero conforme se hizo mayor reconoció lo erróneo de ellas, y su elevado idealismo representaba su esfuerzo por elevarse por encima de ellas. Este esfuerzo era, estoy convencida de ello, honesto; desgraciadamente no siempre tenía éxito.
Ella se refirió al incidente en el que me dijo que echara el cerrojo de mi puerta, y dijo que lo había hecho con la esperanza de proporcionarme alguna medida de protección contra la proyección astral en la que sabía que estaba tentada a condescender.
A primera vista su caso había parecido uno de obsesión, y había sido diagnosticado así por uno o dos miembros de la comunidad, pero un sabio manejo reveló otra cosa.
Este caso revela otro punto interesante en cuanto que, fiel a la tradición de la brujería, ella tenía un horror a los símbolos sagrados. No quería ocupar una habitación donde hubiera un cuadro de un tema religioso. Nada podría inducirla a llevar cualquier pieza de joyería en la forma de una cruz, y le era imposible entrar a una iglesia.
Este caso tiene muchos puntos de interés, especialmente en el hecho de que lo que era aparentemente el caso de una locura bien señalada fue aclarado por métodos ocultos.
Miss L. sin embargo, parecía bien normal, se hacía agradable, y en cualquier caso se la dio una recepción amistosa por los humanos.
Esa noche fui despertada por una pesadilla, una cosa a la que no estoy sometida usualmente. Luchaba con un peso sobre mi pecho, e incluso después de que la conciencia había retornado completamente, la habitación parecía llena de maldad.
Llevé a cabo la simple fórmula de purificación que conocía, y la paz fue restaurada.
Al desayuno, la mañana siguiente, una asamblea de gente legañosa se reunió, quejándose de haber pasado noches perturbadas. Comparamos notas, y encontramos que todos nosotros, unos seis o siete de nosotros, tuvimos similares pesadillas, y procedimos a intercambiar experiencias. El efecto de esto sobre Miss L. fue curioso. Se retorció sobre su silla como si de repente se hubiera puesto al rojo vivo, y dijo con mucho énfasis:
—Estas cosas no deberían ser discutidas, es sumamente insalubre.
Por deferencia a sus sentimientos desistimos. Pero al momento vino a la ventana abierta otro miembro de nuestra comunidad, una mujer que dormía en un cobertizo al aire libre a alguna distancia de la casa. La preguntamos por su salud, como era usual, y replicó que no estaba encontrándose muy bien, pues había dormido mal, y procedió a recontar la misma pesadilla que el resto de nosotros. Más tarde en la mañana, otra señora, que tenía una casa un poco más abajo en la carretera, llegó, y a su vez contó una pesadilla similar.
Estas pesadillas continuaron a intervalos durante los próximos pocos días, afligiendo a diferentes miembros de la comunidad. Eran vagas y nebulosas, y no había nada sobre lo que pudiéramos agarrarnos para fines de diagnóstico, y lo atribuimos a indigestión causada por la versión del panadero del pueblo sobre el pan de la guerra.
Entonces un día tuve una riña con Miss L. Ella había concebido una reunión social para mí; tengo una repulsión constitucional por las reuniones sociales y les doy escasa urbanidad, y ella se quejó amargamente de mi falta de responsabilidad.
Cualquiera que sean los pros y los contras del caso, había levantado su resentimiento seriamente. Esa noche fui afligida con la más violenta pesadilla que he tenido nunca en mi vida, despertándome del sueño con el terrible sentido de opresión sobre mi pecho, como si alguien me estuviera empujando hacia abajo, o yaciera sobre mí. Veía claramente la cabeza de Miss L. reducida al tamaño de una naranja, flotando en el aire al pie de mi cama, y haciendo chasquear sus dientes hacia mí. Era la cosa más maligna que yo haya visto nunca.
No asignando todavía significado psíquico alguno a mis experiencias, y estando firmemente convencida de que el panadero local era el responsable, no le conté a nadie sobre mi sueño, considerándolo una de esas cosas que es mejor guardar para uno mismo; pero cuando los miembros de la comunidad llegaron a hablar sobre la cuestión a la luz de acontecimientos posteriores, encontramos que otras dos personas habían tenido experiencias similares.
Una noche o dos más tarde, sin embargo, al llegar el momento de irme a la cama, fui abrumada por un sentimiento de mal inminente, como si algo peligroso estuviera acechando en los matorrales alrededor de la casa amenazando con atacar. Tan fuerte era esta sensación que bajé de mi cuarto y fui todo alrededor de la casa, comprobando los pestillos de las ventanas para asegurarme de que todo estaba seguro.
Miss L. me oyó, y me llamó para saber qué estaba haciendo.
Le conté mis sentimientos.«Niña tonta», dijo ella, «no es de utilidad encerrojar las ventanas, el peligro no está fuera de la casa sino en ella. Vete a la cama, y estáte segura y echa el cerrojo de tu puerta».
Ella no quiso dar respuesta a mis preguntas excepto para reiterar que debería echar el cerrojo de mi puerta. Esta era la primera noche que tenía que dormir en esa casa, habiendo estado anteriormente en una casucha al lado opuesto de la carretera.
No eché el cerrojo de mi puerta porque la noche era intolerablemente calurosa y la habitación y la ventana eran pequeñas. Hice un compromiso, sin embargo, poniendo un cubo de laca en un punto estratégico en el camino de entrada, confiando en que cualquier intruso caería sobre él y daría la alarma.
Nada ocurrió, y dormí tranquilamente A la mañana siguiente, sin embargo, la tormenta estalló. Miss L. y yo estábamos trabajando pacíficamente en la cocina cuando ella de repente cogió un cuchillo de trinchar y empezó a correr tras de mí tan loca como un cencerro. Afortunadamente para mí tenía en mis manos una gran cacerola llena de verduras recién cocidas, y use esta como arma de defensa, y danzamos alrededor de la mesa de la cocina, vertiendo agua de coles caliente en todas direcciones.
Ninguna de nosotras hizo un solo sonido: yo me defendí de ella esgrimiendo la cacerola caliente y tiznada, y ella daba cuchilladas hacia mí con un cuchillo de trinchar desagradablemente grande. En un momento psicológico la cabeza de la comunidad entró. El se dio cuenta de la situación de un vistazo, y la manejó por el método lleno de tacto de regañarnos a ambas imparcialmente por hacer tantísimo ruido y diciéndonos que continuáramos con nuestro trabajo.
Miss L. acabo lo que quiera que estuviera haciendo con el trinchante, yo prepare las coles, y el incidente pasó de largo tranquilamente.
Después del almuerzo Miss L. experimento la reacción a su excitación y se fue a su habitación completamente postrada y exhausta. Yo estaba algo perturbada. Aunque estaba acostumbrada a casos mentales, y por lo tanto no tan trastornada por la pelea reciente como cualquier otro lo habría estado, no me agradaba la perspectiva de ser la compañera de casa de una peligrosa lunática que no estaba bajo control de ninguna clase. La cabeza de la comunidad, sin embargo, dijo que no había causa para la alarma, que pronto tendría el caso bajo control. El subió al cuarto de baño, llenó una jabonera con agua del grifo, hizo ciertos pases sobre ella y, mojando su dedo en el agua, procedió a trazar una estrella de cinco puntas sobre el umbral de la habitación de Miss L.
Miss L. no hizo intento alguno de abandonar su habitación hasta cuarenta y ocho horas más tarde, cuando él mismo la sacó fuera.
Tal como había prometido, él pronto la tuvo bajo cuerda. Tuvo varias largas charlas con ella, en las que no estuve presente, y al cabo de unos pocos días una Miss L, muy corregida empezó a dedicarse a sus tareas domésticas de nuevo. Hubo recaídas, y hubo luchas, pero en el curso de unos pocas semanas se volvió relativamente normal, y cuando la volví a encontrar unos dieciocho meses después no hubo reincidencia.
Dos incidentes curiosos ocurrieron durante el período de su tratamiento de manos de este hombre, un adepto si es que alguna vez hubo uno. La casa en la que ella tenía una habitación era una muy antigua, y la puerta delantera era extremadamente maciza. Era asegurada por la noche por dos enormes cerrojos que se extendían a través suyo, una cadena que podría haber amarrado una falúa, y una inmensa cerradura con una llave del tamaño de una trulla. Cuando la puerta se abría en la mañana actuaba como despertador para todo el pueblo. Crujía, gruñía, y rechinaba. Sin embargo noche tras noche vinimos en la mañana a encontrar esta puerta abierta de par en par. Todos dormíamos con nuestras puertas abiertas al rellano. Bajar las viejas y crujientes escaleras era como caminar sobre teclas de órgano. La puerta trasera era moderna, y podría haber sido abierta fácilmente. Las ventanas eran modernas y de la más barata construcción.
¿Quién abría la pesada puerta delantera, y por que?
Intercambiamos recriminaciones varias mañanas al desayuno sobre quién había dejado abierta la puerta la noche anterior, pero nadie pudo ser incriminado nunca de la acusación. Finalmente la cuestión llegó a conocimiento de la cabeza del grupo.
—Pronto le pondré fin a eso —dijo él, y cada noche resellaba la habitación de Miss L. con el pentagrama. No tuvimos más problemas con que la puerta delantera se abriera después de eso.
Mientras él estaba tratando a Miss L. hacía una práctica de sellar el umbral de su propia habitación del mismo modo, sólo que en este caso trazaba el pentagrama apuntando hacia afuera, para impedir a Miss L. que entrara; mientras que cuando sellaba la habitación de ella, ponía su punta hacia adentro, para impedirla salir. Ella no supo esto, ni era muy probable que alcanzase a sus oídos indirectamente, pues él era muy poco comunicativo; yo sólo supe que estaba sellando su propio cuarto porque le vi por casualidad haciéndolo.
No obstante, un día escuché un golpe en mi puerta, y ahí estaba Miss L. con sus brazos llenos de ropa limpia. Me preguntó si sería lo bastante buena para llevarla al cuarto de la cabeza de la comunidad, y guardarla. La pregunté que por qué no lo hacía ella misma, pues sabía que el estaba fuera, y era el trabajo de ella el guardar la ropa. Respondió que había ido a su cuarto con ese fin, pero había una barrera psíquica a través del umbral que la impedía entrar.
Ella también me pidió, en varias ocasiones, meter en mi vestido fuera de la vista una pequeña cruz de plata que yo llevaba habitualmente, pues decía que no podía soportar su vista. Esta cruz la había comprado justo antes de venir a este colegio oculto, y la había llevado a un sacerdote conocido mío para ser bendecida, pues aún no estaba del todo aclarada respecto a la naturaleza del grupo al que me unía, y durante los primeros días de mi asociación con él estaba puesta de puntillas, como si fuera, preparada para una rápida huida.
Naturalmente que había mantenido mi propio secreto concerniente a las precauciones psíquicas que había tomado contra mis nuevos amigos, y nadie estaba enterado de que la cruz había sido magnetizada especialmente contra el ataque psíquico. No obstante, la mujer que habría atacado si hubiera podido, sentía su influencia y la temía.
La autosugestión y la imaginación juegan un papel tan grande en las llamadas impresiones psíquicas que uno se muestra reticente a aceptar el testimonio confirmador de un psíquico que sabe lo que se espera de él, pero una reacción espontánea es en mi opinión evidente.
Cuando el tratamiento de Miss L. hubo progresado algún camino hacia su recuperación final, mucha información interesante fue elucidada. Ella nos contó que tenía memorias definidas de tratos con la magia negra en sus vidas anteriores.
Esto, dijo, había sido confirmado por varios psíquicos independientes, y yo ciertamente habría estado deseosa de añadir mi testimonio al suyo si se me hubiera preguntado. De niña, solía soñar de día que era una bruja, que quería la muerte o la desgracia de aquellos que la molestaban, y también aseguraba, aunque si esto es verdad o no, no puedo decirlo, que sus deseos eran tan efectivos que se atemorizó y trato de abandonar la práctica.
También confesó que tenía el hábito de visualizarse ante gente contra la que estaba furiosa, regañándola, y proyectando fuerza maligna hacia ella. Esto, desde luego, explicaría nuestras pesadillas. Dijo también que había cogido el hábito de atacar a su madre y a su hermana de este modo, y había puesto muy enferma a su hermana, de modo que ellas rehusaban ahora tenerla en la casa. Esta afirmación fue confirmada posteriormente por la madre.
Nos contó que se sentía como si fuera dos personas distintas, siendo su yo normal de inclinación espiritual, intensamente compasivo e idealista. Su otro yo, el inferior, que llegaba a la superficie cuando estaba contrariada, molesta, o muy cansada, era intensamente malicioso y sujeto a paroxismos de odio y crueldad.
Estas características habían sido particularmente señaladas cuando era pequeña. Pero conforme se hizo mayor reconoció lo erróneo de ellas, y su elevado idealismo representaba su esfuerzo por elevarse por encima de ellas. Este esfuerzo era, estoy convencida de ello, honesto; desgraciadamente no siempre tenía éxito.
Ella se refirió al incidente en el que me dijo que echara el cerrojo de mi puerta, y dijo que lo había hecho con la esperanza de proporcionarme alguna medida de protección contra la proyección astral en la que sabía que estaba tentada a condescender.
A primera vista su caso había parecido uno de obsesión, y había sido diagnosticado así por uno o dos miembros de la comunidad, pero un sabio manejo reveló otra cosa.
Este caso revela otro punto interesante en cuanto que, fiel a la tradición de la brujería, ella tenía un horror a los símbolos sagrados. No quería ocupar una habitación donde hubiera un cuadro de un tema religioso. Nada podría inducirla a llevar cualquier pieza de joyería en la forma de una cruz, y le era imposible entrar a una iglesia.
Este caso tiene muchos puntos de interés, especialmente en el hecho de que lo que era aparentemente el caso de una locura bien señalada fue aclarado por métodos ocultos.